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Amor a resguardo. Plácido Ramírez

Amor a resguardo. Plácido Ramírez
El violinista Pedro Martínez, durante el confinamiento. Foto: Cedida
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Se despidió abril con su caligrafía rota, acariciando la esperanza, Y llegó mayo, con la mirada confundida y el paso cambiado. Los relojes, en este tiempo de confinamiento y desamparo, andan trastabillados, porque no saben muy bien si bailar segundos o el ‘Resistiré’.

Seguimos con la rutina de los aplausos en el balcón de la duda. Otras veces la cadencia se confunde con el sonido de las cacerolas, y el mensaje de los pañuelos blancos para reclamar material apto para nuestros sanitarios, o de la camiseta negra de luto por tantos muertos.

No hubo Maratón de lectura en el Museo de la Ciudad, que iba ya por su decimoquinta edición, y nos dio mucha tristeza. El año pasado la lectura fue del libro de Ferlosio ‘Industrias y andanzas de Alfanhui’, y en este íbamos a leer a Manuel Pacheco con motivo del centenario de su nacimiento. Un acto entrañable, en este tiempo de cultura ‘light’, donde algunos se miran el ombligo y son de gran simpleza de entendederas y de menguado caletre. ¡Habrá que esperar mejor ocasión!

Maratón de lectura de 2016, en el Museo de la Ciudad, con los concejales Paloma Morcillo y Antonio Ávila. Foto: Cedida
Maratón de lectura de 2016, en el Museo de la Ciudad, con los concejales Paloma Morcillo y Antonio Ávila. Foto: Cedida

No hubo celebración del primero de mayo, ni la romería de Bótoa. No podremos admirar la belleza de los campos extremeños en todo su esplendor. A esa misma Virgen, que este año sí ha traído la lluvia, le escribimos garabatos con la tinta de la esperanza, para que nos ayude a salir de esta pesadilla, y no olvide a los sectores económicos de la ciudad que tan mal lo van a pasar. No habrá celebraciones, ni feria del libro, ni fiestas de guardar. Ni felicitaciones a nuestra madre, en su día. Por teléfono o videoconferencias, los más afortunados. Y besos al cielo.

Y viendo la televisión (para lo que hay que ver, dicen algunos) la desescalada por fases, que parece una cuesta abajo sin freno, pude apreciar una imagen, agazapado entre jaras y retamas (dicho de cazador, que yo no lo soy) que me hizo dar un respingo en la silla y me conmovió con un temblor en el cuerpo, y que no olvidaré mientras viva. Dos ancianos, separados por una mampara, lloraban intentando besarse, acariciarse. Amor a resguardo. Y es que estamos faltos de amor, sea al barrunto o al resguardo. El amor, venga de la manera que venga, es una de las cosas más importantes que nos queda. Y la ilusión, y la esperanza.

Seguiremos escuchando en los balcones a Daniel López, en la calle Nicolás López de Velasco, o al violinista en el tejado. Pedro Martínez, violinista profesional, en la orquesta Black-Bird (‘pájaro negro’) que todas las tardes deleita a sus vecinos de la plaza de Santa Marta (o del pirulo) con música que le solicitan, menos ‘reguetón’. Se niega. Nos lo cuenta con detalles Jaime Olivera, aunque a un servidor también le llega, a mi calle Rafael Lucenqui, su dulce melodía.

Volveremos a la aritmética de los abrazos con ruido, y a seguir guardando en los bolsillos silencios inventados. Sin embargo, los besos sabrán a niebla y a nostalgia repetida, porque añoramos los besos de Lola, Abril y Olivia. ¡Amor a resguardo!

– ¡Llena otra vez, Josué, que nos vamos!

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