Ya había ganas y razones para visitar a Manuel M. Mediero. Engallados y con impulso airado nos encaminamos, el fotógrafo Ballester y este jornalero de la palabra, en un estado entre místico y azogado, hacia Las Vaguadas, donde ahora vive Manuel.
Le llamamos previamente por teléfono, después de las gestiones que nos hizo meses atrás el amigo Emilio Díaz Pinés, poeta y antiguo compañero de trabajo de Manuel, en la administración, sobre todo para hacernos con el teléfono.
Fue un lunes, por fin, y no después de un concierto. Tomamos un café, en El Paquito, frente al Meiac, y cuando le llamé para quedar para el jueves, me dijo que por qué no íbamos esa misma mañana; nos miramos y lo dejamos todo, por aquello de la canción “si tú me dices ven”.
Con la travesura en el andar nos encaminamos hacia Las Vaguadas a la búsqueda de nuestro hombre, con los chismes de fotografía, con la libreta y la pluma protocolaria.
Manuel, a pesar de ser un hombre de teatro, y con fama de vocablo directo y a la cabeza, siempre fue elegante en las maneras, gracioso en el decir y de ilustrada y directa palabra, y merece sin duda adjetivos laudatorios templados y bruñidos en las mejores fraguas del contorno.
Después de dar mil vueltas en su territorio nos costaba dar con su paradero a pesar de su empeño en indicarnos el lugar exacto de su domicilio; incluso salió a la puerta con su perro fiel de nombre ‘Botón’. En estos barrios modernos hay empeño en poner cada vez más altos los setos y las vallas, como para aislarse del mundo, y algunos quizás lleven razón, por la que está cayendo.
Luego lo diría él mismo en un ‘guasap’ amable que nos envió: “lo mismo digo a los dos, ha sido un verdadero placer, y sobre todo esa parte primera tan tierna de buscar mi casa y mi calle, todo entra dentro de la propia ternura del encuentro y de vuestra propia ternura en las preguntas y en la forma de estar y de sentir todo, y nada más, muchas gracias, muchas gracias a los dos”.
¿Cómo te encuentras, Manuel, qué tal de salud?
Muy bien, estupendamente, si no fuera por las muletas, que me impiden moverme como quisiera, y voy de casa al jardín y poco más; suelo ir algunas mañanas a desayunar a los bares que hay en el centro comercial, pero me tienen que llevar en coche.
¿Te sientes reconocido, después de más de una veintena de premios y del homenaje en el López de Ayala en 2016?
Sí, muy reconocido, y muy querido, que es lo importante.
La Medalla de Extremadura te la dieron en el 99. ¿Crees que llegó tarde?
Llegó en su momento, ni tarde ni pronto, lo importante es que llegó. Hay que tener en cuenta que entonces tenía recién cumplidos los 60 años, era joven todavía, estaba en activo, y muy activo.
Dicen que tu época de mayor creación es entre el 67 y el 72.
Puede ser; de esa época son ‘La gaviota y el mar’, ‘Jacinta se marchó a la guerra’, ‘Los herederos’, ‘Perdido paraíso’, o ‘El último gallinero’, entre otras, pero bueno, son rachas, unas veces el tiempo juega a favor y otras en contra.
En el 99 se publicaron las obras completas, que para los lectores y los que te seguimos creemos que es impagable, y además de rango superior. ¿Lo crees así?
Bueno, lo importante es que están publicadas y al servicio del gran público, y a mí me causó una gran alegría.
Fuiste propuesto para el Príncipe de Asturias en 2005, ¿Qué se siente, Manuel?
Pues una enorme satisfacción, y un cosquilleo, y algo de nerviosismo; pero es difícil, hay muchas propuestas y muy buenas.
Y luego, en 2016 fuiste nombrado hijo predilecto y una calle con tu nombre. ¿Se hace justicia?
Por supuesto, muy contento, precisamente ya en mi despedida del trabajo en la administración, muy agradecido. Un colofón perfecto a mi carrera. A este oficio que nos hace gozar, y con el que hacemos felices a los seguidores, a los amantes del teatro.
Hiciste versiones para el teatro de Mérida y estrenaste alguna obra tuya. Tendrás muchas anécdotas de esa época.
Me alegró mucho representar algunas de mis obras en el mejor teatro del mundo, por lo menos para nosotros, y lo que significa para un autor extremeño, como ‘Lisístrata’, ‘Fedra’ de Seneca, ‘César y Cleopatra’, etc.
La censura era implacable en esa época, y hubo alguna anécdota y contratiempos; en Mérida, una noche, unos jovenzuelos nos amenazaron y a mi mujer le pusieron una pistola en el estómago; los denunciamos y fueron detenidos, pero al final, después de unos días, fuimos al comisario y retiramos la denuncia; eran unos pelagatos, cuatro locos de los que había en ese tiempo de incertidumbre.
¿Tenías mucha amistad, conocías mucho a Ledesma, el cartero poeta?
Sí, hombre muy curioso, me admiraba y me quería mucho, me iba a ver casi todos los días a la oficina, me llevaba plátanos o manzanas. Le dediqué un pequeño poema que salió en aquel libro que publicaba el Ayuntamiento por la Feria del Libro en mayo.
¿Sería ‘El vuelo de la palabra’, un volumen de poesía y otro de cuento?
Ese creo que era, a Jaime A. Buiza, que hacía el prólogo, parece que no le gustaba mucho. Cosas del querer.
También escribí una obra de teatro, ‘Alas de pollo’, basándome en Ledesma, porque tenía una mujer, una amiga, o ‘querida’ no sé, que le visitaba muchas tardes, y después de unos arrumacos o algo así [risas] y luego Ledesma le regalaba alas de pollo. Y en eso me basaba, me llamaba la atención tantas alas de pollo.
Contaba muchas historias; en la Guerra estuvo con los republicanos, y a poco le fusilan los propios republicanos porque le escribió una poesía a Franco; en fin, una odisea. Tiene muchas anécdotas, una vida llena de aventuras, que daría para un libro.
Seguimos hablando de políticos (de lo que cobran y dicen) de política, de Fundación CB (de lo que hacen por la cultura, de los Emilios)…
El fotógrafo a lo suyo, no pierde detalle, le pone ganas, entusiasmo, “mirad para acá, y luego al frente, después para la derecha… vamos acabando”. Se quiere poner al lado de la escalera, hay alguna luz, “quieto ahí, quita la mano (me dice a mí)”; lo dicho, nos vamos despidiendo. “Al salir, si no abre, tocáis un botón con los números $$$$”, nos dice Manuel.
El perro ‘Botón’ no se está quieto, ladra alegre, nos vamos despidiendo. Parece que cuesta despedirse de Manuel Martínez Mediero (tres emes) tan querido, tan admirado por nosotros. Nos vamos por donde vinimos con nuestros andares cadenciosos. Pronto volveremos para seguir charlando contigo.
Nos despedimos de Manuel, y de su hijo, también Manuel, y del simpático, cariñoso y saltarín perro ‘Botón’.
Y nosotros, como es la hora del aguardo, de la copita, servidor y el fotógrafo Ballester nos dirigimos al bar Luis, frente al Perpetuo, un bar de los de antes, de los de siempre, con su calendario colgado en la pared; los parroquianos de a diario reunidos en tertulia, ríen, escupen, cuentan chistes verdes, y blasfeman. Aquí te ponen el mejor pestorejo del mundo, si el jefe lo permite; también dice que hay raciones, y migas, y garbanzos con langostinos (exquisitos, doy fe) .Conversaciones, escenas irrepetibles, vuelva usted mañana.
¡Llena otra vez Luis, que el día es largo!