Diciembre se despidió con sus intermitentes fogueos, su silbido y su inmaculado protocolo, haciendo extrañas ciringuncias, con su envidia, sus ineptitudes, sus rencores y sus pandémicos motivos.
Y nos llega un año nuevo entre las manos, manifiestamente mejorable, que se asomará a nuestros labios con sus colores de esperanza. Quizás podamos estrenar, por fin, la camisa blanca de la libertad, y volverán las risas, las caricias y los abrazos.
Alcohol de romero, para que se vaya lo malo y entre lo bueno
Este año en el Belén, los Ángeles representaban a nuestros sanitarios, que han luchado y luchan en primera línea por salvar la vida de los demás. ¡Gracias! Y un aplauso por saber sonreír detrás de las mascarillas y ser héroes cuando los corazones lloran y suspiran.
Esperemos que este año no volvamos al famoso ‘apúntamelo’ en la libreta del debe, o te respondan “aquí no se apunta”. Mi madre me contaba, y me cuenta, historias que guarda en el trastero de su viñera e inspirada memoria. Entre otras, que cuando en la posguerra, y en tiempos difíciles, no había trabajo, ni jornales, e iban al comercio y los hombres a la taberna a beber el coguto de vino, solían decir: “¡Apúntamelo p´a cuando cobre!”. Que normalmente era en el tiempo de la siega. Y en ocasiones se pagaba hasta con un vale de pan.
Cuando un paisano que iba pasado de cogutos, algo alegre, algo pintón, le dijo al tabernero “¡apúntamelo!” aquel le contestó “¡oiga, amigo, aquí no se apunta!”. “Pues entonces buena memoria tienes que tener…”. contestó ufano el cliente.
En tiempos más prósperos se jugaban el café en la partida, normalmente a la cuatrola y al tute. Si se perdía, se pagaba el café del contrario ganador, y el perdedor no bebía. Había un esquilador, que era un artista y hacía maravillas, mágicas filigranas en las bestias, que se llevaba el medio litro, y decía “¡Luego te lo pago!”, pero cobraba y no volvía.
Volvieron los fríos, y vive Dios que es verdad. Pasamos de las nieblas del Guadiana a las pelonas, pasamos de la manga corta y a estar tan flamencos, a las camisetas, al forro polar. Llegaron los fríos, y el piconero.
El frío puede entrar de repente, entre la navidad y los inocentes
“¡Picón! ¡Se vende picón! ¡Ha llegado el piconero!”, pregonaba con voz aflautada.
Tiempo de brasero. Toda una obra de arte encenderlo, saber moverlo con la badila y mucha destreza y habilidad. “Tú que sabes, echa una firma”. La alambrera, los rescoldos, los tizones y las faldillas de la camilla, cuántos recuerdos; hasta añoramos tener cabrillas en las piernas.
El verdadero sentido de la Navidad, el significado, no son las grandes cenas o las compras, sino la paz, el sentir de un mismo latido entre toda la familia, entre todos los hombres de buena voluntad, la unión y el amor. Aunque los suspiros nos acorralen como el virus y los políticos, o el toque de queda.
Al consejero no le salen las cuentas con la vacuna. Dice que estaremos vacunados para el verano el 70% de la población. A una media de mil personas al día, si somos un millón y poco… suspenso en Matemáticas. La ley Celaá ya hace efecto. ¡Aquí no se apunta!
Se nos fue el gran compositor mejicano Armando Manzanero a reconocerse en los espejos del cielo, una gran pérdida para la música, nos quedan sus canciones. “Esta tarde vi llover/ vi gente correr /… y no estabas tú.”
– ¡Llena otra vez, Josué, que nos vamos!