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Frescos de La Rábida, de Daniel Vázquez Díaz. Grada 152. Inmaculada González

Frescos de La Rábida, de Daniel Vázquez Díaz. Grada 152. Inmaculada González
Frescos de La Rábida, de Daniel Vázquez Díaz
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Daniel Vázquez Díaz, a pesar del inexplicable olvido, es todo un punto de referencia de nuestra pintura. Considerado un artista que representó la modernidad más atemperada en España en los primeros años del siglo XX, fue protagonista de primer orden en la modernización del arte español de principios de siglo.

Vázquez Díaz se crio en Sevilla, pero vivió en el París de las vanguardias. Importó la esencia clásica de Cézanne, desarrolló el ‘neocubismo’ y fue maestro de maestros vanguardistas. Fue muy antiguo y muy moderno a la vez. Fue pintor oficial de la República y el franquismo, y en los años 50 desplegó al máximo su papel de prócer artístico.

Siempre fue un artista de varias caras y múltiples lecturas sociales y políticas: desde el joven dibujante pacifista que narra los horrores de la Primera Guerra Mundial en Francia y Bélgica, hasta el hombre que toma partido retratando a José Antonio, o a Sánchez Mazas y al propio Franco tras la victoria de los Nacionales; pero también está el dibujante agudo que logra clavar a Federico García Lorca, Ramón Gómez de la Serna o Ignacio Sánchez Mejías; o el pintor republicano que, por encargo del Gobierno, realiza el retrato al óleo de Indalecio Prieto; y el profesional que ejecuta el retrato del Rey Alfonso XIII ese mismo año.

Nunca le interesó la política, solo su obra, y dentro de esa obra los retratos. Su interés por captar la personalidad de cada individuo rebasa el mundo del retrato y constituyó una fiel radiografía de la España de la época.

Su primera formación la recibe en Sevilla, y prosigue en el Museo del Prado. Se dio cuenta de que no sabía dibujar al llegar a París. Fue en Francia donde encontró la pasión por el dibujo y donde se hizo dibujante.

Toda su vida fue un enamorado de la belleza del mundo exterior, un contemplador insaciable de la naturaleza; de ahí su fidelidad a lo que los pintores llaman ‘lo natural’.

Dotó el dibujo de una personalidad desconocida e innovadora. Sus apuntes al natural dicen mucho del estudio de las formas que envolvían sus figuras proyectadas.

En 1918 abre un taller en Madrid y comienza a impartir clases. Años más tarde ganaría una oposición a la cátedra de Pintura Mural de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Desde su cátedra difundiría el cubismo de manera formal, que le era de gran ayuda para sus paisajes de gran monumentalidad arquitectónica, siendo además una figura puente a los artistas jóvenes, fundamentalmente los de la posguerra y los vanguardistas europeos.

Fue un notable muralista; de esta última faceta su obra más conocida y sobresaliente son los murales alegóricos que realizó en el Monasterio de La Rábida, en Palos de la Frontera, Huelva, entre 1927 y 1930, y que contribuyeron a su consagración.

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