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La alegría de los bares y los termómetros del miedo. Plácido Ramírez Carrillo

La alegría de los bares y los termómetros del miedo. Plácido Ramírez Carrillo
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La alegría de los bares y los termómetros del miedo. Plácido Ramírez Carrillo

Una mirada relampagueante a este año de ojos negrísimos, que hemos dado en llamar de la esperanza, que llegó con los colores de su atavío. Aquí seguimos con nuestro paseo nocturno, hasta el toque de queda, y barruntando los termómetros del miedo, por si la temperatura pisa suelo incierto. Seguimos, meciendo el ánimo en la cuna de los despropósitos y de lo inestable.

Media España tirita por Filomena, a mi pesar; habría que dar una pala en estos casos a nuestras señorías para que doblen el lomo, y justifiquen sus elevados honorarios, por pelearse más que nada. La otra media anda dubitativa, si se pone la vacuna o no, después de escuchar las atropelladas palabras de nuestros presidente y consejero de sanidad, que no son muy aclaratorias, ni nos dan mucha confianza. Grande fue la trifulca.

San Antón mete las mozas en un rincón y San Sebastián las saca a pasear

Volvieron a cerrar los bares (ni terrazas, ni barras) y los comercios de proximidad, pero los resignados autónomos no comprenden que sean ellos los únicos culpables, y por eso salen a la calle a protestar, porque más de uno tendrá que echar el cierre definitivo.

Hay otros culpables en el ocio descontrolado, botellones sin medida, celebraciones familiares donde siempre hay un después y no se respeta nada; furriolas sin medida, ni clemencia, desbarajuste total.

Nuestros bares, tabernas, cafés, forman parte de nuestra vida, los asociamos enseguida con la amistad, los encuentros con familiares, vecinos, paisanos, amigos. La tertulia en largas tardes de invierno junto a la chimenea, jugando a las cartas o al dominó; leer y comentar el periódico; criticar a nuestros políticos, hablando a voces como es nuestra costumbre para intentar arreglar los problemas de la ciudad; ver el partido junto a seguidores de nuestro equipo o del contrario; ¡qué más da! Lo importante es la compañía.

Bar La Parada, de Puebla de la Reina, en 1969. Archivo de Matías Macías
Bar La Parada, de Puebla de la Reina, en 1969. Archivo de Matías Macías

Lugar de encuentro, de inspiración para pintores, escritores, o simplemente para ver pasar el tiempo y la gente. Aquí en Badajoz, las tertulias literarias, en la Regenta, café Victoria, la Raya, el viejo Bar, la Tarara, el Casino… y tantas otras.

¡La cultura de los bares, de la barra, que es mucha! La hemos visto reflejada en el cine. Cela, en ‘La colmena’. Y antes Hemingway, Ava Gardner, Bogart, Gómez de la Serna… referente para los turistas. Sin los bares España, que es diferente, no sería la misma.

Mucho antes, en la dura posguerra, se cerraban negocios y tratos; y hasta allí iban también los mochileros; fueron lugar de concentración de quienes demandaban trabajo y de los que los necesitaban para la siega, la vendimia, la aceituna. Temprano, a primera hora de la mañana, el café de puchero y la copa de aguardiente de Machaquito, el manijero o capataz, escogía los hombres, los más jóvenes, los más fuertes. Los viejos se quedaban fuera, con la cabeza gacha, con su mirada de pena, y otro día sin llevar nada a casa, y sin comer. En aquellas mañanas frías de enero mi madre, entonces, zurcía distancias y penas

Las campanas volvieron a tañer con sus más tristes y melancólicos lamentos. Se nos fue Pepe Vela a tocar rock and roll en los balcones del cielo. Un buen músico, uno de los fundadores y guitarrista del legendario grupo Play Boys, que tantas alegrías dio a los pacenses. Escritor costumbrista que llegó a publicar casi una docena de libros sobre personajes, oficios y costumbres del Badajoz de mediados de siglo XX. Descansa en paz amigo. Tócala otra vez, Pepe.

Pepe Vela y Josefina, su mujer. Foto: Cedida
Pepe Vela y Josefina, su mujer. Foto: Cedida

Y en la mañana del 15 de enero se nos quebró la voz, nos llegó la triste noticia del fallecimiento de Aurora Quintanilla. Se fue sin hacer ruido esta mujer reservada, alegre, discreta, elegante en los modos y maneras, generosa, con una capacidad inagotable de sorprender, cabal, coherente y apasionada de su familia. Seguro que donde quiera que esté nos abrigará del frío. Nuestras condolencias a su esposo Jaime Olivera, vicepresidente de la Asociación de vecinos de Santa Marina, y a sus hijos, Aurora, Jaime, Carlos, Lourdes y María.

Seguimos aquí con los termómetros del miedo, y cada vez más entruchilados con nuestra ministra Chiqui, que nos dice que el IVA de la luz lo pone Europa. ¡A ver si va a resultar que Portugal, Alemania, Francia… son de Asia! Seguiremos pasando frío porque no nos llegará para calefacción, pero habrá para asesores y una maquilladora (destinan 20.000 euros para su contrato)

Por San Higinio de enero, atiza el brasero

– ¡Llena otra vez, Josué, que nos vamos!

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