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Píntame los labios de primavera. Plácido Ramírez Carrillo

Píntame los labios de primavera. Plácido Ramírez Carrillo
Reunión de una de las habituales tertulias en La Yeguada, en Badajoz, en la que participaba Miguel Celdrán. Foto: Cedida
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Enero se llevó, a destiempo, el temblor de nuestros silencios, nos dejó mil ausencias y madrugadas con niebla, y febrero llegó con las flores en el almendro, acicalando y peinando la tristeza, y continúa navegando, con los ojos cansados de llorar. Nos robaron, está vez, el aliento de las candelas de Santa Marina, y los tambores y las risas del carnaval. No dejaremos de mirar el horizonte que llegará, seguramente, con los labios pintados de primavera.

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Los bares siguen cerrados, y las calles sin gente, y la vida continua encerrada en cada casa. Más huraña, quizás, tal vez barrunta miradas nuevas. Garrapatea la crónica laberíntica de este tiempo de cartas marcadas, de risotadas tabernarias y de cursis y vacuos discursos políticos, que no llegan, que no tenemos noticias ni puntual conocimiento de lo que verdaderamente importa.

Vivimos un tiempo de clarividentes, que dicen digo donde dijeron diego, con niñera que pagamos todos a precio de asesora, o debería haber sido niñero, por aquello del Ministerio de Igualdad, y darle visibilidad, como se dice ahora, al hombre.

Y en este manantial de olvidos, en el que intentamos coser el alba, se nos fue Miguel Celdrán a soñar madrugadas limpias y abrazos doblados en la mesilla del te quiero. Nos lo había dicho, a Martin Carrasco y a mí, unos días antes del fatal desenlace, su íntimo amigo el escultor Luis Martínez Giraldo: “Miguel no se quiere poner al teléfono, ha tirado la toalla”.

Se fue, con su cercanía afectiva a navegar luceros de plata y barbacana, para apadrinar estrellas de risa y caramelo. Le esperan sus amigos, cuando abran los bares, en la tertulia del viejo bar o de La Serena. Porque volverá con su maleta repleta de recuerdos y risas viejas.

En un restaurante de Campomayor Miguel Celdrán está acompañado por Luis Martínez Giraldo, Alfonso Rodríguez, Pedro Rubio, Jesús Muñoz, Paco Botana, Luis Grajera, Julian Leal, Juan Pablo Carrasco y Miguel García Belmiro. Foto: Avilio Vinuesa.
En un restaurante de Campomayor Miguel Celdrán está acompañado por Luis Martínez Giraldo, Alfonso Rodríguez, Pedro Rubio, Jesús Muñoz, Paco Botana, Luis Grajera, Julian Leal, Juan Pablo Carrasco y Miguel García Belmiro. Foto: Avilio Vinuesa.

Por eso hoy estoy aquí, solitario, escuchando la lluvia, escribiendo desde este hondo desamparo, enhebrando anécdotas, chascarrillos, que nos contaba aquel hombre bueno, cabal, transparente, claro, coherente y honesto, que siempre miraba de frente, exactas, encendidas y medidas palabras. Elegante en el decir y las maneras.

Seguimos inventando palabras nuevas. Esto de los confinamientos aguza el ingenio. Están los covijetistas, o sea que se cuelan para la vacuna y demás privilegios por la jeta. Ahora irán primero los sindicalistas liberados, y antes fueron alcaldes, concejales y demás personal influyente.

En otros países suelen ser sanitarios, profesores, militares, fuerzas del orden, mayores, autónomos, y trabajadores necesarios. Mientras, no dejan de tintinear las cajas registradoras de los laboratorios, y esperemos que no se pierda nada por el camino.

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Píntame los labios de primavera, que haya un trallazo de luz melancólica y sagrada, y que mi voz se derrame por las calles vacías y sea fuente de lirios nuevos y azafrán, para que los labios me hablen otra vez de febreros nuevos, y se acaben las distancias y los termómetros del miedo.

Para que vuelvan los saludos a las calles y los amaneceres tiernos se llenen de miradas. Disfrutar de nuestros nietos, de los afanes teatrales de Lola, del verbo encendido de Abril, y su pijote de La Mancha, el entusiasmo incansable de Olivia, y la risa inocente de Paula. Para que los paseos y la felicidad no tengan horas en los relojes.

Que los amochuelados y gazaparullos cumplan las normas establecidas, mascarillas, distancias, y nada de botellones, ni furriolas a destiempo, y sin control. Y así, pronto, podamos abrir los bares y dar nuestro grito de guerra que más nos gusta.

– ¡Llena otra vez, Josué, que nos vamos!

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