Con la excusa del título de esta canción de los Yardbirds, aunque luego la letra no tenga nada que ver, se me ha ocurrido charlar esta vez sobre formas y colores… y ya puestos, del tamaño también.
¿A quién no se le viene a la cabeza la figura de la publicidad de Tío Pepe cuando hablamos del porqué de la forma que tienen las botellas de vino? Con ese sombrero de ala ancha, vistiendo chaquetilla, con los brazos en jarra y apoyando una guitarra española… casi se puede notar ya el sabor.
Las formas y tamaños han ido cambiando a lo largo de los siglos, sobre todo desde que se usa el vidrio, y más tarde el cristal, para confeccionar el continente que nos llevará a la mesa nuestro preciada ambrosía.
Matusalem, Jeroboam, Salmanazar, Nabucodonosor… magnum, doble magnum, estándar… Melchor, Gaspar y Baltasar. Puede ser que el tamaño sea la característica que más expectación genere (estamos hablando de botellas ¡Eh!). Existe gran variedad, aunque casi siempre veamos por ahí la de 0,75 litros y no sepamos ni el motivo de que haya más, ni de que este sea el elegido como más común y como estándar en vez de redondear a un litro directamente.
Ha sido objeto de mitos y leyendas, como que era la capacidad pulmonar del paisano que soplaba el vidrio (¿Es que siempre las hacía el mismo?); también se puede oír que esta es la medida en la que mejor evoluciona el vino (¿Acaso todos los vinos son iguales?). Tiene un poco más de lógica pensar, hasta que se demuestre lo contrario, que por el comercio en Europa y, dentro de esta (o fuera, según se vea), el uso del galón por parte de los británicos propició que tuviera que hacerse una conversión de medidas en algún momento de la compraventa; para que salga una cifra redonda al dividir los barriles de 50 galones, lo más práctico fue pasarlos a 300 botellas de 0,75 litros. Podemos añadir que este es un tamaño cómodo para realizar el transporte, el almacenamiento y, sobre todo, el servicio. Aunque hay ciertas reuniones en las que mola disponer de tamaños más grandes para que todos los comensales disfruten del mismo vino, además de ser más espectacular y poder ajustarse los precios a veces, porque al final el diablo está en los detalles.
Respecto al tamaño también hay que mencionar otra función, la evolución del vino en la botella cuando se deja madurando un cierto tiempo. Se cuenta que un mayor tamaño favorece este proceso, ya que el volumen de vino es mayor respecto del oxígeno que micropenetra (el corrector de Windows ha flipado con el verbo que me acabo de inventar por la cara) por el corcho y los cambios en el líquido se dan de forma más pausada y mejor.
Si el magnum (1,5 litros) es el mejor tamaño para un vino de guarda que pasará largo tiempo ahí madurando, o si esta o la otra es la medida perfecta para una comida de seis personas, dependerá de muchas cosas. Pero siempre es conveniente recordar la recomendación que hacía Winston Churchill al respecto: “Un magnum es el tamaño perfecto para una comida de dos personas, especialmente si una de ellas no bebe”. ¡Cheers!