Echando la vista dos meses atrás (y con este, tres), fijémonos si da de sí la importancia del embalaje, el continente, el vestido… la botella.
Antiguamente, cuando uno se ponía malo, los médicos recomendaban reposo y buenos alimentos; ahora, si vas, te dicen que mucho ejercicio y dieta; ya no sabe uno a qué atenerse. Con el peso de las cosas ocurre igual: antes, lo que pesaba era de buena calidad; ahora el smartphone más ligero es el que nos da mejor sensación. Todo este devaneo para contar que la densidad o el grosor del material de la botella también tiene su función. Por ejemplo, la gran mayoría de vinos que están hechos para ser consumidos pronto, como muchos blancos, tintos sin crianza, etc., vendrán envasados en botellas que pesan menos que otros vinos que están elaborados para mejorar con el paso del tiempo. En este caso la botella ayuda a su mejor conservación y almacenaje, evitando incluso posibles elementos perjudiciales para el reposo de nuestro amado líquido, como las vibraciones.
Este asunto del continente nos podría dar para comentar algunas cosas interesantes más, como los más actuales métodos alternativos o el tipo de tapón que se utiliza según para qué vino. Véase el interesante caso del ‘bag-in-box’, formato que cada vez es más usado y que a veces es rechazado más por motivos de romanticismo que por otras cosas.
Podemos hablar de este y otros temas que han surgido al hilo de la forma, el tamaño, el peso, el color y el cierre de las botellas más adelante, pero como Grada, tu revista favorita, educa a la vez que entretiene, voy a contaros un par de anécdotas que también tienen que ver con todo este asunto.
No es la primera vez que se comenta en esta columna la historia del ‘vino del diablo’, llamado también de forma más amistosa Champagne. Y es que este elixir no fue el primer vino espumoso de la historia, ni de lejos, pero cuando se desarrolló y perfeccionó su elaboración en la abadía benedictina de Hautvillers, aquel líquido retenía unas burbujas que hacían pensar que estabas bebiendo las mismísimas estrellas. Además, en los sótanos usados como bodega, había ocasiones en las que se oían fuertes explosiones y se encontraban vino derramado y botellas hechas añicos como por arte de alguna mano invisible. Si juntamos todo ello tenemos los ingredientes perfectos para una buena historia con Lucifer como ‘prota’. Más tarde, Louis Pasteur desvelaría el misterio y se fue descubriendo que simplemente estos vinos y su contenido de gas requerían un envase que diera la talla para poder contener una presión mayor que el doble de la que tiene actualmente la rueda de un coche. El desarrollo y uso del vidrio y el cristal solucionarían esto.
Volviendo al hueco, o al también llamado en la tasca del barrio ‘culo’ de la botella, esta parte ha dado también para algo de mitología. El consumo de ciertos productos siempre ha sido un motivo de distinción entre clases sociales, entre generaciones, entre culturas, entre personas, al fin y al cabo; el zar Alejandro II de Rusia no fue menos, y hacía llegar Champagne para su deleite personal, pero se cuenta que tenía el temor de que sus enemigos pudieran usar este hueco para atentar contra él escondiendo algún explosivo, por lo que hizo a la casa Louis Roederer elaborar botellas planas, llegando así a ser esta una característica de la marca. Sin más temores… ¡Salud!