Va corriendo el tiempo, y sobre el mismo escenario los personajes van, vienen o desaparecen; y abril, con intimidada franqueza, viene anudando alegrías y penas por igual. Y cuando te dan una noticia llena de esperanza, como que vas a ser abuelo, o una amarga, como el fallecimiento de un familiar, uno no puede salir a las calles de su barrio o a las plazas.
A Jesús, el del estanco; Poli, el de la zapatería; a Marisol o Manolo, de la papelería de los Martínez; a Agustín el cuponero, a las chicas de la farmacia Melero; a Geno o a Javier, de la frutería Emilio; a Teo el ferretero; a José Mari, el de grabados Candalija; a Cheli, el del bar de los mayores; a Josué, el del Skakeo; a los paseantes de San Francisco, a los tertulianos de la Marina o a los usuarios de la terraza del Pepe Jerez.
La noticia llegó con el mediodía, desde Madrid. -¡Ha muerto la tía Ana! Se paran los relojes del sentimiento, te quedas sin cobertura para las lágrimas, solo aciertas a mirar la lluvia por la ventana, notas el frío en la mirada, y nos golpea la triste realidad de este confinamiento. Y es que a nuestros muertos solo podemos velarlos en la distancia, con el recuerdo y una callada oración, pero no podemos despedirlos. Al día siguiente, en el camposanto, el cura y tres familiares.
Mi tía Ana era una mujer alegre, de pensamientos sencillos, y en su corazón florecían afectos para todos. Cuando en ocasiones servidor no dejaba de inquirir fechas, detalles, nombres, lugares y acontecimientos, para mis apuntes de lápiz y libreta, siempre fue atenta en sus respuestas, comunicando entusiasmo, y sabiduría, desde su discreta elegancia.
En los veranos de nuestra infancia, los más pequeños esperábamos su llegada desde Alemania, para recibir con inusitada alegría los regalos que nos traía. Eran otra vez los Reyes Magos. Por ella nunca le faltaban flores, en los Santos, a nuestros seres queridos. ¡Descansa en paz, que tenemos que ir a Guadalupe!
“Quien pudiera volver a reír/ subir por la calle nueva/oler a lluvia y verdad/ soñar que la vida empieza”.
Esto es lo que nos deja este encierro que va borrando afectos y costumbres; lectura, escritura, música, amor, soledad, vida y muerte. Y hemos aprendido a manejar palabras nuevas, o que teníamos olvidadas: bulos, pandemia, cuarentena, minimizar las críticas al Gobierno… Y alguna perla, o palabro, como lo de la curva ‘monomarental’.
La tarde viene aguzando el silencio por los balcones, y durante unos minutos parecen bullir las calles vacías. Seguimos sin cobertura para las lágrimas.
Pero hay empresarios que le dan la vuelta a las dificultades y con el hilo del talento enhebran iniciativas. El Skakeo ahora sirve a domicilio y por eso, nuestro grito de guerra sigue en pie, ahora desde nuestra casa.
-¡Llena otra vez, Josué, que nos vamos!