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Un bien, un mal. Juan Monzú

Un bien, un mal. Juan Monzú
Litoral cantábrico. Zumaia. Foto: Juan Monzú
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¡Ahora sí! Ahora, igual puedo conseguir contestarme la pregunta que por los rincones de la duda y el desaliento se ha venido quedando sin respuesta en los entresijos de mi ignorancia desde que el tiempo de mi tiempo recuerda.

¡Albricias! ¡O no! Porque encontrar respuesta a tamaña cuestión debe ser materia para inteligentes, y no está el cuadro adornado de sutilezas, porque cuestiones más importantes, o más insondables, ocupan espacio y tiempo en los oráculos que dicen que nos guían, velan por nosotros y se preocupan de nuestro futuro bienestar.

A la sombra de los años sigo preguntándome la razón de que las matemáticas y yo nunca llegáramos a congeniar, a entendernos, a gustarnos y resolver nuestros problemas y nuestros pulsos, que más de uno echamos en silencio y sin testigos. Pero, entre pecho y espalda, aquí están mis conocimientos que son los que son, y tal vez no sean pocos.

Y me ha dado en pensar que en aquellos años en blanco y negro de rozar la nada con los dedos, cuando sentía el aliento frío de las variaciones, combinaciones y permutaciones, las integrales y el logaritmo neperiano, igual hubiera hecho bien convirtiéndolas en mis ‘ídolas’, palabro que gana terreno en las palestras coloquiales, comunicadoras y otras formas de lenguaje, habla o expresión, sin que nadie parezca dispuesto a, cuando menos, protestar aunque sea a modo de recurso del pataleo.

Y además, y aunque hubiera seguido reñido con las matemáticas, haber enfocado el asunto socio-emocionalmente y con perspectiva de género. (¿Cualo? ¿Mande? ¡Me lo explique!) Pero es que ¡no! Si el hombre “es un ser social por naturaleza”, que dijo Aristóteles, no entiendo la razón para vendernos ahora, a modo de oferta veraniega, esa panacea de la socio- emocionalidad, como quien ha conseguido la piedra filosofal. Tal parece que Fray Luis de León, Unamuno, Jorge Guillén, Machado, Pedro Salinas, Ortega, Dámaso Alonso, y muchos otros, hubieran sido auténticos zotes en la relación con sus alumnos, y en el refuerzo de la de estos, entre ellos.

Yo, que por algún rincón del alma guardo vocación e ignoro las esencias de estas ‘innovaciones’, creo que lo que un niño o una niña necesitan es una didáctica sencilla, directa, clara y real, bajo el exclusivo enfoque del conocimiento hasta el infinito y más allá, sin colores ni corrientes, sin métodos a medias, ni lógicas ilógicas; necesitan aprender, con perspectiva de futuro, todo el saber necesario, y más (que el saber no ocupa lugar, decían en otros tiempos). La empatía, las relaciones sociales y afectivas de cada quien y cada cual, el género, el número, el enfoque y la apariencia, ya los encontrará cada quien, ayudados y condicionados, o no, por la libertad, la educación en el seno familiar, y la experiencia.

Asturias. Lago Enol. Foto: Juan Monzú
Asturias. Lago Enol. Foto: Juan Monzú

Por definición, conocimiento es “todo tipo de certeza cognitiva que responde a preguntas como ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo? y ¿dónde? Y aunque quiero creer que se aspira a instruir a las generaciones más jóvenes, no encuentro, ignorante de mí, en qué parte de ese enfoque y esa perspectiva está alguna de esas interrogantes.

Ni entiendo la razón para, desde una opinión, dirigirlo (al conocimiento, claro) y enfocarlo (al aprendizaje, naturalmente) en un arrebato místico de prosopopeya de un día. Que a mí, pobrecito hablador de pueblo, me parece que moldea el albedrío cognitivo del aprendizaje que descansa en el ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo? y ¿dónde?, exclusivos de cada uno.

Esperemos que tan asintomáticas disyuntivas filosóficas o antropológicas no sean el escenario por donde desfilen los aprobados aunque no estudien, porque “la opinión, genera ignorancia” (Hipócrates).

Y que opinar no se disfrace de “proyecto machista” como según alguna opinión, dicen que autorizada, es la monarquía. Y que la buena, mala, acertada o errada opinión, no dependa, como la monarquía, de la velocidad del espermatozoide, expresión de esa misma voz autorizada. ¡Será posible!

Para Einstein, si ‘A’ es igual a éxito, la fórmula es A=X+Y+Z, en donde ‘X’, es el trabajo, ‘Y’ es jugar (disfrutar) y ‘Z’ es mantener la boca cerrada. ¡Ahora! Ahora entiendo la razón del ‘no éxito’, tal vez, la mediocridad de algunos; no cerrar la boca a tiempo. Y muchos de los que la tienen cerrada dan la impresión de desconocer la ‘X’ y la ‘Z’.

Según Sir Francis Bacon la soberanía del hombre (o mujer, añadiría yo por aquello de la igualdad), está oculta en la dimensión de sus conocimientos. Porque como dijo Sócrates, “solo hay un bien, el conocimiento; solo hay un mal, la ignorancia”. ¡Ya te digo!

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