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Y más allá el mar. Plácido Ramírez

Y más allá el mar. Plácido Ramírez
Urbano, al frente de la cafetería de la estación de autobuses de Badajoz. Foto: Plácido Ramírez
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Ayer fue lunes de silencio; hoy, martes de esperanza; y antes de ayer, domingo de cansancio. Vamos a por otra semana de este encierro que se nos antoja reparador. Nos estamos haciendo más buenos, y vemos más el interior, que sin duda está por encima del exterior, y hace a la gente menos remilgada, menos cursi; y les da un repaso a los ostentosos, vanidosos, presuntuosos, que los hay en todos los oficios, mire usted, les vuelve el carácter dulce, en lugar de tanta testarudez, aunque nunca llovió que no escampara.

Es verdad que ahora no gastamos mucho, porque no salimos, no vamos ni a Portugal, que volvieron a cerrar la frontera, ¡quién lo diría! Echamos de menos esos restaurantes que tanto frecuentamos, Acontece, la Adega regional, A´columna, O´ lagar, Retiro dos amigos, Lusitania, O´pescador, O´golo, Varchotel… Donde no tiembla la mano ni el bolsillo (aunque últimamente, según algunos, en la bebida, sobre todo, algo tiembla).

Aquí, en este retiro espiritual de mi habitación, tengo paz y tranquilidad para, sobre todo, pensar, para leer, para escribir, el silencio no es opresivo, sino más bien abierto porque desde mi ventana el mar no se ve, pero puedo soñarlo. Me asomo a la calle y no se ve ni un alma, ni un paseante o paseanta con perro, imaginado, repetido o invisible; en un balcón, veo a una vecina de sonrisa abierta que quiere aplaudir, pero todavía no es la hora. Y saludo inquieto. El cielo esta gris pálido, algo nublado, pero en absoluto oscuro.

Desde mi ventana veo la estación de autobuses y, con tanto silencio, oigo la megafonía anunciando las salidas para las distintas localidades. El bar restaurante, que dirige con mucho tino y simpatía Urbano (ilustre del Valle de la Serena, casi paisano) está cerrado a cal y canto. Hace un par de semanas, unos días antes del anuncio de la cuarentena, estuve desayunando allí, contundentemente, extremeña de jamón ibérico, y a buen precio. No cabía un alma, ni tampoco un alfiler; quién lo diría, ante tanta desolación.

El anuncio de la cuarentena nos llegó atropelladamente, y nos informaron tarde y mal; habrá que mirar la hemeroteca cuando acabe esto, D.M., que sea pronto, y pedir responsabilidades a quien corresponda, pero ahora toca remar a todos en la misma dirección, arrimar el hombro, y aplaudir fuerte a todos nuestros héroes.

Desde mi ventana, más allá de la estación de autobuses, veo el mar y un cielo infinito, que deseamos que no se tiña de tragedia, repleto de nubes alargadas y humosas, mientras me parece oír el tintineo de las llaves de un apartamento brillante. Soñar no cuesta nada.

Seguiremos aplaudiendo cada vez más fuerte. Resistiremos. ¡Quédate en casa!

Y bailaremos/ mil danzas de libertad/… y detrás, el mar.

– ¡Llena otra vez, Josué, que nos vamos!

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