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Dolorosos Idus de marzo. Javier Meléndez Teodoro

Dolorosos Idus de marzo. Javier Meléndez Teodoro
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Los Idus de marzo, en la antigua Roma, eran días de buenos augurios. Eran días de celebración, fiesta y alegría. Tenían como origen celebrar el año nuevo, que comenzaba con el mes de marzo, mes dedicado a Marte.

Los ‘Idus’ este año deben haberse ido de vacaciones, o huyendo. por si el pasado año 2020 y el siguiente 2021 no nos hubieran puesto la vida suficientemente patas arriba, llega marzo de este 2022, en este siglo XXI cada vez más parecido tristemente al siglo XX, y nos vuelve a traer a Europa imágenes que muchos solo habíamos visto en blanco y negro.

Imágenes de violencia contra la población civil, imágenes de ciudades devastadas y destruidas, imágenes de horror a la puerta de casa. Servidas en alta definición y casi en directo por las televisiones que, en algunos casos, afortunadamente no todos, no dudan en convertir en espectáculo lo que es una tragedia. Hay una inmensa mayoría de profesionales de los medios de comunicación que se están jugando su propia vida para que seamos conscientes de la tragedia que tenemos muy cerca. Para ellos mi agradecimiento eterno y mi más profundo respeto.

Y de nuevo vemos vidas rotas. Vidas jóvenes arrancadas en la flor por delirios de grandeza de gobernantes que jamás cogerán un arma, jamás estarán en una trinchera, jamás ejecutarán órdenes recibidas e injustamente absurdas contra personas inocentes. Gentes jóvenes y no tan jóvenes arrojadas a un destino incierto y destinadas a sembrar el dolor y el horror contra ciudadanos inocentes.

No hay patria, bandera, himno, historia o imperio que valga ni remotamente un sacrificio humano. Ninguno. La vida como valor supremo del ser humano merece el máximo respeto siempre y en toda circunstancia. No hay nada por encima del respeto a la vida y a la dignidad humana. Ni ninguna patria ni bandera ni símbolo alguno que merezca sacrificio si este supone arrebatar la vida a los demás.

Esas imágenes de despedidas de padres que puede que jamás vean de nuevo a sus hijos, de matrimonios que jamás volverán a encontrarse, de niños a los que se les ha robado la infancia, de ancianos cuyas fuerzas ni siquiera les dejarán ponerse a salvo. Esas imágenes…

Y el miedo. Mucho miedo. Objetivos indefensos y vulnerables de una guerra que no les tocaba, que no era para nadie, que no tiene motivo ni justificación. Que roba infancias, ilusiones, vidas, proyectos de vida, cultura, patrimonio, esfuerzos de desarrollo, que solo siembra dolor y destrucción donde hasta hace pocos días existía una vida normal, una sociedad normal, un país normal, con sus ilusiones, sus problemas habituales, sus ideas, sus ganas y su derecho a seguir adelante, a vivir en paz…

Pero no seamos injustos al hablar de ‘los rusos’. El pueblo ruso es en su mayoría gente decente, respetable, que no quiere ni busca el mal para nadie, que no está compuesto más que por seres humanos tan dignos de respeto como todos. Y que es la primera víctima de la paranoia de su gobernante.

No podemos ni tenemos derecho a quedarnos quietos. Todas las guerras son injustificables. Todas, donde quiera que ocurran. Pero esta ocurre a la puerta de casa, a tres horas de vuelo de España, y están siendo victimas ciudadanos de Europa, nuestro continente. Y la locura agresora seguramente no se va a detener ahí. Y ojalá me equivoque. Aquí no valen equidistancias, no hay dos que peleen por igual, hay un ejercito todopoderoso contra un pueblo casi indefenso. Hay un gobernante autócrata contra un gobierno democrático. Es de nuevo la tiranía contra la libertad. Como tantas veces en la historia de la vieja Europa.

Pero estas víctimas pueden ser las primeras de una larga y triste serie. Por eso creo que hemos de movilizarnos. De ayudarles, de volcarnos en devolverles lo que podamos de su vida arrebatada, de intentar mitigar el inmenso dolor que ya tienen y posiblemente verán incrementado.

Extremadura es tierra generosa, sin dudarlo. Ya lo ha demostrado a lo largo de su historia, dando lo mejor de sí misma a una España que no siempre ha sido justa. Aunque los extremeños seguimos creyendo en el valor supremo de la generosidad, la misma que en otras épocas tuvieron otras tierras con nuestros ciudadanos. Por eso debemos abrirles los brazos, colaborar en todo lo que podamos, acogerles y ayudarles a buscar y reconstruir su destino y consolarles en su dolor.

Todos podemos hacer algo en la medida de nuestras posibilidades; una ayuda económica por pequeña que sea, un hogar para una familia, una familia para quien lo necesite, una habitación, libros, material médico, sanitario, escolar… lo que sea. Muchas oenegés ya están sobre el terreno ayudando a las víctimas. Volquemos ahí nuestras donaciones. Protejámosles y proporcionémosle medios para ayudar.

Y a nuestros representantes políticos les pediría que esta vez no conviertan esta tragedia en motivo de discusión ni en debate electoral. Aquí nos la jugamos todos. Todos, seamos de donde seamos. Como país, como comunidad y como personas. Ahora se trata de remar todos en el mismo sentido, de defender nuestros valores y nuestro futuro.

Alejemos de nosotros la indecencia de convertir esta tragedia en un espectáculo en nuestros televisores. no necesitamos músicas de guerra ni enormes titulares para ver una realidad suficientemente trágica. Solo cabe escuchar las crónicas tristes de quienes están allí para ser nuestros ojos, nuestros oídos en una tragedia brutal.

Y ojalá pronto, más pronto que tarde, podamos empezar a olvidar esta brutalidad, y a aprender las lecciones para combatir en un futuro ambiciones estúpidas de gobernantes más estúpidos aún. Y que podamos seguir sembrando las semillas de la libertad.

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