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Los nombres de nuestros antepasados. Albonio. Grada 163. Julio Esteban Ortega

Los nombres de nuestros antepasados. Albonio. Grada 163. Julio Esteban Ortega
Foto: Cedida
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Siguiendo con la secuencia onomástica relativa a los nombres propios que portaban nuestros antepasados nos encontramos con el de Albonio. Este antropónimo está formado a partir de la raíz ‘Alb-‘, con el significado de ‘blanco’ y, como tantos otros nombres, frecuentes entre la multitud de etnias indígenas que habitaron las tierras de la Península Ibérica, se perdió con el transcurrir del tiempo y no sobrevivió a la Edad Media.

El nombre Albonio estaba muy extendió en tierras de la antigua provincia romana de Lusitania, donde, al parecer, se concentran los escasos testimonios epigráficos documentados, principalmente en la provincia de Cáceres. Aquí se han documentado cinco inscripciones que hacen mención del mismo, distribuidas entre las localidades de Barrado, Coria, Mata de Alcántara, Plasenzuela y Torre de Don Miguel. Otros testimonio se extienden hacia la provincia de Badajoz, concretamente en San Vicente de Alcántara, de donde procede el único testimonio femenino hallado hasta la fecha; y por los distritos portugueses de Guarda, Viseu y Leiria.

Como ejemplo de este antropónimo acompañamos la fotografía de esta originalísima inscripción que encontramos en una casa del municipio cacereño de Coria, solar de la antigua ‘Caurium’. En ella una mujer, Sunua, cuyo padre llevaba el nombre de Albonio, conmemora a tres de sus hijas, al parecer, fruto de la unión con tres hombres distintos, pues en la filiación de las mismas se referencia el nombre de tres varones: Adoro, Talabo y Calaeto. Aunque muy posiblemente se trate de una triple adopción, con lo que estaríamos en presencia de un testimonio del tan comentado matriarcado entre los pueblos celtas.

El monumento corresponde a una estela funeraria que lleva en la cabecera una hornacina, en cuyo interior se han esculpido dos cabezas humanas en bajorrelieve apoyadas sobre sendos crecientes lunares. Las facciones de los rostros de aspecto infantil se han borrado y apenas se distinguen sus rasgos, pero la originalidad de la representación de las difuntas sorprende por su ingenua belleza. No era muy frecuente en aquellos tiempos la representación de la figura humana en los epitafios que señalaban las tumbas de los muertos, pues solo se documenta un número ínfimo de casos similares entre los miles de inscripciones de la época que han sobrevivido hasta nuestros días.

La pieza que aquí presentamos es un claro ejemplo de la riqueza onomástica que atesoran estos monumentos en piedra, pues documenta hasta ocho antropónimos indígenas: Camira, Adoro, Paugende, Talabo, Avelea, Calaeto, Sunua y Albonio; algunos de los cuales ya han sido objeto de nuestra atención en números anteriores de esta revista.

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