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Pasado con memoria (VII)

Pasado con memoria (VII)
Luis XIII y Ana de Austria
Léeme en 13 minutos

El pasado se mete en nuestra memoria sin que nos percatemos de ello. Dichosa memoria.

Un espectáculo ejemplar
Cuenta Carlos Fisas en ‘Historias de la Historia I’, páginas 168-169, que Luis XIII de Francia nació en 1601, y en 1610, cuando contaba solo 9 años, fue proclamado rey. Cinco años después lo casaron con Ana de Austria, hermana de Felipe IV de España. Contaba, pues, 14 años y, a pesar de cómo estaba la corte francesa en aquel momento, no había conocido mujer y era tan virgen como cuando su madre le trajo al mundo. “No sé si por timidez, por ignorancia o por qué otra causa, el rey francés no se decidió a hacer uso de sus deberes conyugales. El caso es que la pobre Ana, al cabo de un tiempo, se quejó de ello a su hermano el rey de España; este, a su vez, hizo que la queja se transmitiese al papa, el cual lo comunicó a su nuncio en París, quien, a su vez, informó al embajador de Venecia, amigo de Luis XIII”, señala Fisas.

Entonces los dos últimos idearon una estratagema para decidir al rey a cumplir como debía. En una sala secreta dispuesta al efecto el rey pudo asistir a las lides amorosas de su hermana, la duquesa de Vendôme, con su marido. Este edificante espectáculo influyó en el rey y fue comprobado por su médico que, ‘manu medicali’, le incitó a acudir al tálamo conyugal, donde su esposa, Ana de Austria, le esperaba convenientemente informada. El truco tuvo éxito y la reina pudo comprobar que “no por ser rey se dejaba de ser hombre”.

Fisas concluye; “Y que nadie se escandalice. A un lado del rey mirón se encontraba su médico y al otro su confesor”.

Elliott Ness
El viernes 7 de enero de 1994 murió en Fort Lauderdale (Florida) el escritor y periodista retirado Oscar Fraley, autor del libro ‘Los intocables’, llevado a la televisión y al cine con gran éxito, ya que solo de la novela se vendió entonces más de un millón de ejemplares.

Según confesó el propio Fraley, la idea de escribir el libro se la dio el mismo Ness mientras tomaban unas copas.

Una vez concluido su trabajo, Fraley se trasladó a Coudersport (Pensilvania), residencia de Ness, para que echase un vistazo al original, antes de llevarlo a la imprenta. Elliott lo leyó con calma, luego se levantó y se dirigió a la cocina, donde bebió un vaso de agua antes de caer muerto de un ataque al corazón.

Vanidad de vanidades
El empresario inglés sir Hubert Beerbohn Tree contrató en cierta ocasión a un excelente joven actor, pero muy vanidoso y engreído. Una noche, tras la representación de un nuevo drama, el actor se retiró del escenario más hinchado que nunca por el éxito obtenido. En el momento en que desaparecía entre bastidores se oyó en la calle una tremenda explosión.

– ¡Dios mío! exclamó Tree. ¿Le habrá estallado la cabeza?

Regalos de boda
Un joven muy inteligente y de brillantes cualidades se casó con una muchacha al parecer trivial e insignificante. Todos sus amigos predijeron que el matrimonio no duraría mucho. Sin embargo, a medida que iban pasando los años la felicidad del matrimonio iba en aumento.

La curiosidad entre sus vecinos se hizo evidente y uno le preguntó en qué consistía el secreto de su felicidad.

– Me parece que la razón son los regalos que mi mujer y yo nos hacemos en los aniversarios de nuestra boda. Nada tiene de particular hacerse un pequeño regalo en estas ocasiones; pero los nuestros son algo diferentes.

Antes de casarme, yo era un gran entusiasta de la fotografía, pero la dejé porque a Carmen no le interesaba; pero la víspera de nuestro primer aniversario de boda, con gran sorpresa mía, la vi sacar mi máquina y disponerse a hacer una foto de una naturaleza muerta, haciendo un uso muy acertado de luces y sombras. Revelamos la placa y cuando estábamos en el laboratorio me dijo: “Este es mi regalo en nuestro primer aniversario de boda”. Durante todo el año había estado mi mujercita estudiando fotografía en secreto para sorprenderme. Por mi parte, solo puede corresponderle con un pequeño regalo.

Carmen había sido siempre muy aficionada a bailar, en tanto que yo consideraba el baile como una pérdida de tiempo; pero aquel año tomé lecciones de baile, y en nuestro segundo aniversario, mientras bailábamos un vals, le dije al oído: “Este es, querida mía, mi regalo en este segundo aniversario”.

Al año siguiente, ella aprendió ajedrez para que pudiéramos jugar juntos mi juego favorito, y a mi vez aprendí francés, idioma que a ella le gusta mucho y habla con fluidez.

En estos regalos, ni ella conoce mis planes ni yo los suyos, y ojalá el destino nos permita seguir cambiando estas sorpresas, por lo menos hasta el día en que celebremos nuestras bodas de oro. (‘Revista Literaria Novelas y Cuentos’, número 911, 24 de octubre de 1948).

El idioma castellano
A veces llagan a nuestras manos composiciones anónimas que no dejan de sorprendernos gratamente. Sus autores son personas de ingenio que tienen la humildad de ocultar sus nombres, tal vez porque no valoran como debieran cuanto hacen; o porque, simplemente, prefieren pasar desapercibidos en un mundo donde la notoriedad prima casi siempre sobre la amistad, el desinterés, el amor…

La composición que copio a continuación llegó a mí como tantas otras: corriendo de mano en mano, que es el cauce normal de difusión para estos retazos de gracia y humor con que nos deleitan sus desconocidos autores. Gracias por ello.

Pimpa Pérez Baticola,
cual la Academia Española
limpia, fija y da esplendor.

Y no son ganas de hablar
pues les voy a demostrar,
de un modo muy limpio y llano,
que el idioma castellano
tiene mucho que arreglar.

¿Me quieren decir por qué,
en tamaño y en esencia,
hay esa gran diferencia
entre un buque y un buqué?
¡Por el acento!

Pues por esa insignificancia
no percibo la distancia
de presidio y presidió,
ni de tomas a Tomás,
ni de topo al que topó,
ni de cayo al que cayó,
ni de colas a Colás.

¿A ustedes no les asombra
que diciendo poco y poca,
rico y rica, chicho y chicha,
no digamos hombre y hombra?

Y las formas conocidas
del marido y la mujer,
¿no creen que debiera ser
el marido y la marida?

Como tampoco imagino,
ni el Diccionario lo explica,
por qué al que gorros fabrica
no se le llama gorrino.

Cometa está mal escrito,
pues a mí no hay quien me meta
que haya en el cielo cometa
que cometa algún delito.

¿Es posible que persona alguna
acepte bien el misterio
de llamarle monasterio
donde no hay ninguna mona?

¿Por qué llamáis pelotero
al que juega a la pelota
y al que en una banda toca
no le llamáis bandolero?

Si el que bebe es bebedor
y el lugar es bebedero,
hay que llamar comedero
a lo que hoy es comedor.

Comedor será quien coma
Como es bebedor quien bebe
y de esta manera debe
modificarse el idioma.

De igual manera me quejo
al ver que un libro es un tomo,
y si no lo tomo, un dejo.

Si le llaman mirón
al que está mirando mucho,
cuando mucho ladra un perro,
hay que llamarlo ladrón.

Y por la misma razón,
si los que están escuchando
un gran rato están pasando,
están pasando un ratón.

Y el que quiera saber más
de este idioma tan hermoso,
que se vaya presuroso
al manicomio cercano,
y allí me podrá encontrar,
ni corto ni perezoso,
lleno de docente gozo,
enseñando el castellano.

El dominador del mundo
Cuentan que Temístocles, general ateniense que venció a los persas en la batalla naval de Salamina en el siglo V a. de C., le dijo un día a su hijo:

– ¿Sabes qué he pensado? Que eres el hombre más poderoso del mundo.

Ante la sorpresa de su retoño, Temístocles continuó:

– Sí, sí, verás. Resulta que los griegos somos los hombres más poderosos del mundo; Atenas domina a Grecia; yo mando en Atenas; tu madre manda en mí, y tú consigues de ella cuanto quieres. Está claro, hijo mío, que tú eres el hombre más poderoso del mundo.

Sodomitas discriminados
Chindasvinto, rey de los visigodos entre los años 642 y 653, ascendió al trono siendo ya octogenario, tras destronar a Tulga, con ayuda de la nobleza. Promulgó numerosas leyes que igualaban a godos e hispanorromanos. Sin embargo, una de sus ordenanzas fue absolutamente parcial. Todo aquel que fuera sorprendido practicando actos de sodomía sería castrado sin miramientos; menos los religiosos, a quienes se les permitía gozar de tal placer.

Dos por el precio de uno
Cuentan que un rico mercader se presentó en casa de Sócrates para rogarle que educara a su hijo. El filósofo accedió a cambio de una crecida suma de dinero.

– Por esa cantidad, dijo el mercader, puedo comprar un buen asno.

– ¡Hacedlo! Le replicó Sócrates. Así tendréis dos asnos en casa.

Cristianismo ejemplar
Allá por el siglo XIII el papa Inocencio III decretó una cruzada contra la secta de lo cátaros. Cuando las tropas pontificias ocuparon la ciudad de Beziers, donde cátaros y católicos habían vivido en paz durante años, los generales vencedores preguntaron a Amalrico, legado del papa, qué se hacía con los habitantes de la ciudad.

– ¡Matadlos! Dijo con sequedad.

– Pero, señor ¿No consideráis ello injusto? Tened en cuenta que viven también católicos en ella.

– Insisto, replico Amalrico sin pestañear: Matadlos. Dios sabrá reconocer a los suyos en el cielo.

Los primeros campos de concentración
El vocablo ‘bóer’, del neozelandés ‘bóer’ (campesino, granjero) se dijo de los colonos neerlandeses que se establecieron en El Cabo, Sudáfrica, a partir de 1652. Más tarde, Ámsterdam les concedió el título de ciudadanos (‘burgers’), que junto con otros grupos de granjeros libres (‘vrijburgers’) expulsaron a los nativos negros.

El 11 de octubre de 1899 los bóers invadieron el norte de la provincia de Natal iniciando un largo conflicto (de 1899 a 1902) con los británicos, la guerra anglo-bóers, o de los bóers. En 1900 las tropas británicas, al mando de lord Roberts, derrotaron a los bóers en Paaderberg, aunque la guerra continuó dos años más en forma de guerrillas, muy duramente reprimidas por lord Kitchener. El 31 de mayo de 1902 Botha, De Wet, Reite y Smuts (los jefes bóers) firmaron la paz en Pretoria.

Los campos de concentración, como se sabe, eran lugares de reclusión establecidos por algunos regímenes para ‘concentrar’ a los prisioneros de guerra, a los adversarios políticos o, simplemente, a los ciudadanos que inquietaban o molestaban al poder establecido.

Bajo el régimen nazi, e inmediatamente a su llegada al poder en 1933, se crearon campos de concentración como lugares de detención, castigo y exterminio de los enemigos del régimen o de las personas consideradas políticamente ‘no recomendables’ y llegaron a convertirse en el principal instrumento de genocidio contra los judíos, de la ‘solución final’ preconizada por Hitler.

Sin embargo, los primeros campos de concentración tuvieron un significado diferente. Los campos de concentración de carácter militar, que surgieron con ocasión de guerras civiles o internacionales, fueron ya utilizados en Cuba por el general español Weyler durante las luchas que concluyeron con la independencia de la isla, y más tarde en la guerra anglo-bóers por lord Kitchener. Tanto en uno como en otro caso, estos campos sirvieron como centro de confinamiento de las personas (familiares y posibles simpatizantes) de los combatientes, pero que no estaban acusadas de delito alguno, sino simplemente detenidas para facilitar la pacificación de los territorios sometidos a guerra de guerrillas, como eran los ca-sos de Cuba y Sudáfrica.

Duro de pelar
Según la Real Academia, se trata de una locución adjetiva que referida a una persona señala que es difícil de convencer o de derrotar; y coloquialmente, alude a algo que es difícil de ejecutar o de resolver.

Se originó en la Edad Media y proviene de la antigua costumbre de usar la piel de algunos animales (los gatos callejeros, por ejemplo) para hacer prendas de abrigos o bolsos, y de la dificultad que suponía capturarlos para ‘convencerles’ de que se dejasen despellejar, lo que les convertía en animales duros de pelar. Entiéndase que por aquellos entonces ‘duro’ hacía referencia a cuanto resultaba fatigoso y difícil de realizar.

Humoradas populares
Wells Chapel
En cierta ocasión una familia inglesa pasaba sus vacaciones en Escocia. Durante uno de sus paseos observaron una casita de campo que de inmediato les agradó, pareciéndoles cautivadora para su próximo verano. Indagaron quién era el dueño, resultando ser un pastor protestante, al que se dirigieron para rogarle les mostrara la pequeña finca. El propietario se la mostró. Y tanto por su comodidad como por su situación fue del agrado de la familia, que se comprometió a alquilarla para el siguiente verano.

De regreso a Londres, iban recordando detalle por detalle, cada una de las habitaciones. De pronto, la esposa no recordó haber visto el WC y, dado lo prácticos que son los ingleses, decidieron escribir al pastor protestante en los siguientes términos:

“Estimado pastor. Soy miembro de la familia que hace unos días visitó su finca con deseo de alquilarla para nuestras próximas vacaciones, y como omitimos enterarnos de un detalle, quiero que nos indique más o menos dónde se halla el WC”.

Al abrir y leer la carta, el pastor desconoció la abreviatura WC, pero creyendo que se trataba de la capilla de su religión llamada Wells Chapel la contestó del modo siguiente:

“Estimada señora: le tengo el agrado de informarle que el lugar a que Vd. se refiere queda sólo a 12 kilómetros de la casa, lo cual es algo molesto si se tiene la costumbre de ir con frecuencia; pero algunas personas llevan comida y permanecen en aquel lugar todo el día. Algunos viajan a pie y otros en tranvía, pero de ordinario llegan en el momento preciso. Hay lugar para cuatrocientas personas, cómodamente sentadas, y para cien de pie. Los asientos son de gutapercha y están forrados de terciopelo púrpura. Se recomienda llegar temprano para ocupar puesto. A la entrada se le da un papel a cada uno, y las personas que no alcancen a la repartición pueden utilizar el del compañero de asiento; pero al salir deben devolverlo para continuar usándolo todo el mes. Todo lo que se deja depositado allí será para dar de comer a los pobres huérfanos del hospicio. Hay fotógrafos especiales que tomarán fotografías en diversas posturas, las cuales serán luego publicadas en el diario de la ciudad, en la sección ‘Vida social’. Así el público podrá conocer a las altas personalidades en actos tan humanos. Atentamente”.

De perros
Se dice que ya en la antigüedad cantó Homero la nobleza del perro de Ulises, que reconoció a su dueño después de 20 años de ausencia, y que fue tal la alegría del animal que cayó muerto a sus pies.

Plinio, en su ‘Historia Natural’, habla de un perro que acompañaba a un viajero que fue ro-bado y asesinado. En la defensa que el perro procuró hacer, también fue herido gravemente por los ladrones, y a pesar de ello se quedó junto al cadáver de su dueño protegiéndole contra las aves de rapiña.

Los colofonios y castebalenses educaban jaurías numerosas de perros para la guerra, y era tropa que jamás retrocedía, ni se sublevaba, ni gastaba grandes sueldos. Cuando los cimbrios fueron derrotados y no quedaba ni un soldado para guardar sus campos, aún defendían sus tiendas los animosos perros que consigo llevaban.

El perro del licio Jasón murió de dolor, condenándose a no comer por la muerte de su dueño. Duris Hircanus habla de un perro que se precipitó en las llamas en que quemaban el cadáver del rey Sisímaco, a quien había pertenecido. Lo mismo se cuenta de otro que tuvo Hierón de Siracusa. El senador Caelius, enfermo en Plasencia, fue sorprendido en su mismo lecho por unos malhechores que querían asesinarlo, y le defendió tan bien su perro que, solo después de muerto el animal, recibió el amo la primera herida.

En la misma historia romana se registra otro rasgo de fidelidad canina, que realmente es digna de haberse transmitido a la posteridad. Cuando Ticio Sabino, con todos sus esclavos, fue condenado a muerte, no pudieron echar de la prisión al perro de aquel; y cuando arrojaron el cadáver en medio de la calle, el perro no se movió de su lado, dando todo el día lastimeros aullidos. Un ciudadano, compadecido del noble animal, le dio un pedazo de carne, y el perro lo colocó delante de la boca de su exánime dueño; y cuando arrojaron al Tíber el cuerpo de Sabino el animal nadó para sacarlo, mientras el pueblo contemplaba absorto tal ejemplo de desinteresado cariño.

En 1371, el perro del caballero Aubrí de Montdidieu presenció el asesinato de su dueño por un compañero llamado Richard de Macaire, y le denunciaba constantemente por medio de furiosos ladridos. El rey Carlos V, convencido de la culpabilidad de Macaire, hizo que hubiese una lucha (un juicio de Dios) entre el perro y el asesino, y el animal salió victorioso, siendo el vencido inmediatamente condenado a muerte.

A principios de este siglo se representó en París un espectáculo en que el héroe principal era un perro sabio, y a imitación de este ejemplo, un tal Staubdiegel, actor alemán, compuso comedias y dramas en que el perro jugaba un importante papel.

El célebre Goethe, a la sazón director del teatro en que trabajaba Staubdiegel en compañía de su perro, amenazó con presentar su dimisión si seguían dando tanta importancia artística al animal en menoscabo de la literatura escénica, y le aceptaron la dimisión. El famoso perro era una mina de oro para la empresa.

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