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Pasado con memoria (XVI)

Pasado con memoria (XVI)
Foto: Cedida
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Que nuestra memoria destile añoranzas y humor…

Tertulias
España siempre ha sido un país propenso a todo tipo de reuniones, reuniones que han sido desde la sencilla tertulia pueblerina durante las cálidas noches estivales a la puerta de cualquier casa vecinal, hasta las más serias y profundas agrupaciones literarias capitalinas, pasando, claro está, por esos otros grupos intrascendentes de bar, casino o liceo, cuyos remas de cháchara discurren a saltos por los más variopintos temas del diario vivir. Eso que se dice “arreglar el mundo”.

Según nuestro Diccionario, ‘tertulia’ es un vocablo de origen incierto, aunque quizá proceda de Tertuliano (siglos II-III, teólogo africano de lengua latina, originario de Cartago, que ejerció la abogacía probablemente en Roma), Padre de la Iglesia, por las alusiones que a él se hacían en los cenáculos y sermones del siglo XVII:

  1. Reunión de personas que se juntan habitualmente para discurrir sobre alguna materia, para conversar amigablemente o para algún pasatiempo.
  2. Corredor en la parte más alta de los antiguos teatros de España.
  3. Lugar en los cafés destinado a mesas de juego de billar, cartas, dominó, etc.
  4. Argentina y Cuba. Butaca, localidad de un teatro.

El escritor, periodista, crítico teatral catalán Vicente J. Bastús, en ‘Memorándum anual y perpetuo’ (Barcelona, 1855, tomo 1º, página 175) dice que el nombre de tertulia tuvo su origen en España a principios del siglo XVII, y añade que en tiempos de Felipe IV, que empezó a reinar en 1621, se generalizó entre la gente ilustrada de la corte la moda de leer y estudiar las obras de Tertuliano, y les parecía que se acreditaban solo con citarle en las reuniones y hasta en los púlpitos; “y aun esto lo hacían con cierta novedad, porque unas veces le llamaban simplemente Tertuliano y otras, con mucho énfasis, el ‘tres veces Tulio’, o superior a Marco Tulio Cicerón”.

De ahí se originó, y luego se extendió, llamar ‘tertulia’ a las sociedades y reuniones de buen tono en las casas particulares en las cuales se hablaba, se leía y comentaban las obras de Tertuliano, nombre que continúa dándose a estas reuniones, aun cuando ya no se siga en ellas aquella costumbre.

Y Bastús concluye: “Y no paró la cosa ahí, sino que se dio también el nombre de ‘tertulia’ a un determinado sitio de los teatros, desde donde con más comodidad y sosiego asistían a oír la comedia las personas cultas y eróticas, y hasta algunos religiosos de buen gusto, como dice el ilustrado Pellicer”.

Por su parte, el historiador Fernando Díaz-Plaja, en ‘La vida española en el siglo XIX’ (Madrid, 1952, página 119), aludiendo a las tertulias del siglo XIX escribió: “a la tertulia le dio el nombre el siglo XVIII, que de “reunión de sacerdotes y seglares, pasó a constituir desde asambleas a las que interesaban las cuestiones filosóficas (la moda de discutir a Tertuliano bautizó la costumbre) hasta cualquier grupo amante de hablar de cualquier cosa”. 

Bretón de los Herreros, en una de sus comedias (‘¡A Madrid me vuelvo!’. Madrid, 1828) enjuició así las tertulias madrileñas de su tiempo poniendo en boca de Bernardo, el rico viudo que en un principio no quería saber nada de Madrid, entre otras cosas:

… Reniego de ellas.
Algunas hay regulares:
pero la etiqueta, el tono
las hacen insoportables…
En otras mandan en jefe
Lechuguinos y pedantes;
y el que no gasta corsé
y, aunque fino en sus modales,
no baila cuando saluda,
ni pone en boga a su sastre,
en un rincón bostezando,
hace un papel despreciable.

En la escena titulada ‘La rifa andaluza’ (‘Escenas andaluzas’) el malagueño Serafín Estébanez Calderón, conocido con el apodo de ‘El Solitario’, escribió: “Tampoco mi ‘Rifa andaluza’ es de las que vemos cada noche en toda tertulia, quiero decir, que no es de aquéllas en que tal bujería, cual lindo bordado suele echarse a la mayor de espadas  con mucha zambra y algazara de señora abuela y tía, que no sé por qué sortilegio son siempre las afortunadas de tales rifas”.

En nota aclaratoria a lo antedicho, González Troyano señala: “La tertulia como institución social, lugar de encuentro y de reunión en casas privadas, estaba muy arraigada y extendida en aquellas décadas, y contaba, aunque no estuviese formalmente explicitado, con un reglamento sobre los temas que podían abordarse en las conversaciones y actividades que podían realizarse”. Entre ellas, las rifas…

Por su parte, Carlos Fisas, en ‘Historias de la Historia I’, páginas. 169-170, recoge algunas anécdotas acaecidas en las algunas tertulias. En una del teatro Principal de Madrid, presidida por don Jacinto Benavente, un ‘autorcillo’ de comedias que se representaban únicamente en teatros alejados de las grandes capitales y que alcanzaban dos representaciones como máximo, se las daba de gran escritor y se vanagloriaba de lo que él llamaba sus ‘éxitos’. Un día, cuando la tertulia estaba más animada, se levantó para dirigirse a cierto sitio “cuyo nombre es excusado decir”. Como tardase en volver y alguien se asombrase de ello, don Jacinto, entre dos chupadas a su puro, comentó: “Se habrá dormido sobre sus laureles”.

En otra tertulia, esta en el saloncito del teatro Español madrileño, Eugenio Sallés, autor de ‘El mundo gardiano’, escuchaba a un cómico de vigesimotercera categoría que estaba diciendo:

-Yo habría hecho una gran carrera si mi maldita timidez, si mi exagerada modestia…

-Perdón –le interrumpió Sallés–. Por favor, no maltrate a los ausentes.

A una tertulia del Ateneo barcelonés acudía un hombre ya viejo ciego a causa de una enfermedad, que había sido alguien en el ámbito de la cultura barcelonesa y al que en aquel momento nadie podía aguantar porque se ponía pesado hablando siempre de lo mismo y con las mismas palabras. “Achaque que es común en los viejos”, matiza Fisas.

Un día decidieron que, al entrar nuestro personaje en el lugar de la tertulia, que por estar decorado con motivos marinos llamaban ‘El Camarote’, todos los contertulios guardaron silencio absoluto, con lo que el buen hombre creía que no había nadie y se iría. Así lo hicieron; creyó el señor y, asombrado por no oír a nadie, dijo:

-¡Buenas tardes!

Silencio total.

-Buenas tardes –repitió.

Silencio.

-¿Que no hay nadie?

Más silencio.

-¿No hay nadie? –volvió a decir.

Una tumba era más ruidosa.

Entonces el buen señor, convencido de que estaba solo, levantó una pierna y lanzó al aire una sonora ventosidad. No tan sonora, empero, como las carcajadas que no pudieron reprimir los asistentes.

Cierta actriz y cierto actor llevaban varios años de vida marital cuando de pronto decidieron legalizar su situación casándose por la Iglesia. Se comentaba esta decisión en una tertulia compuesta casi toda por miembros de la profesión teatral, y un periodista que la frecuentaba, dijo:

-No parece que sea gente de teatro. Lo hacen todo al revés.

-¿Por qué? –le preguntaron.

-Pues porque realizan el ensayo general después de múltiples representaciones.

Carlos Fisas continúa diciendo que han desaparecido las tertulias de café, porque los cafés ya no existen. Aquellos cafés en los que un parroquiano se sentaba, tomaba un café y con esta consumición pasaba toda la tarde, no es comercial, y ha sido sustituido por el aséptico bar con aluminios e incómodos taburetes que invitan al cliente a estar lo menos posible sentado en ellos. Falta también el ‘puntal’, el eje, el personaje en torno al cual se formaban las tertulias, y ello no porque hayan desaparecido los ingenios, sino porque estos están empleados en un periódico, una editorial, un banco o una empresa cualquiera que los obliga a fichar y a permanecer en ella durante unas horas determinadas. Y añade Fisas: “Y sobre todo han desaparecido las tertulias porque se ha extinguido el arte de la conversación; hoy no se conversa, se monologa, no se sabe escuchar, se grita, se discute. Ya no existe la ironía, sustituida por el celtibérico sarcasmo de rancio abolengo en España. Yo quisiera que en todos los pueblos de la península se usase una frase catalana que creo esencial. Cuando alguien propone una idea, algo que se opone al contrario se dice: “Parlem-ne”. “Hablemos de ello”. Y hablar es lo que distingue al hombre de los animales. Hablemos sosegadamente, reposadamente, del tema que nos ocupa. ¡Qué raro es eso hoy en día! Hablar, conversar, tetulia, son términos que, por desgracia, han pasado a ser ‘historias de la historia’”.

Algunas de las tertulias antiguas, que de una forma u otra marcaron diversos momentos y aspectos en la vida política y literaria de España, fueron:

  • La Fonda de San Sebastián. Fundada por Nicolás Fernández de Moratín, dentro de la cual se formaron cinco grupos diferentes, de los cuales el núcleo central lo formaban Moratín, José Cadalso y López de Ayala, principalmente. Otros grupos eran los conocidos como eruditos, el de los italianistas y los independientes. Y junto a esta tertulia hubo otras en celdas de religiosos, Feijóo y Sarmiento, y algunas más mundanas, como las de la duquesa de Alba o de la condesa de Benavente.
  • La Cuerda Granadina, que se constituyó a finales del siglo XIX en Granada, de evidente signo liberal. Formó parte de ella, entre otros, Pedro Antonio de Alarcón, que, al trasladar su domicilio a Madrid, fundó junto con otros antiguos miembros de la Cuerda la Colonia Granadina.
  • La Academia de los Nocturnos. Fue fundada por el caballero de la Orden de Calatrava Bernardo Catalá de Valeriola en Valencia. La constituían 45 personas de alta alcurnia y se reunían todos los miércoles en casa de Catalá por la noche (de ahí lo de ‘Nocturnos’) donde se leían discursos morales o políticos, además de poesías, propuestas por él. Uno de los académicos fue el dramaturgo valenciano Guillén de Castro que, una vez disuelta esta primitiva academia a finales del siglo XVI, fundó otra con el nombre de Academia de los Montañeses del Parnaso.
  • Bilis Club. Así bautizó el periodista, crítico literario y dramaturgo José Ortega Munilla, padre de Ortega y Gasset, la tertulia que Leopoldo Alas ‘Clarín’ fundó en Madrid con algunos amigos asturianos. La denominación de ‘bilis’ provino por el talante crítico, agrio e iconoclasta que caracterizaba las conversaciones.
  • El Parnasillo. Así era conocida la tertulia literaria que se reunía en el café del madrileño teatro del Príncipe. A ella pertenecieron, entre otros, Larra y Espronceda y Zorrilla, que entró a formar parte de ella tras haber leído en el entierro de Larra aquellos versos que comenzaban:

Ese vago clamor que rasga el viento
es el sonido funeral de una campana;
vano remedo del postrer lamento
de un cadáver sombrío y macilento
que en sucio polvo dormirá mañana.

  • Los Numantinos. Sociedad masónico-patriótica fundada por Espronceda. Estaba situada en un sótano de la calle Hortaleza. Tras el fusilamiento de Riego, juraron no descansar hasta aniquilar a quienes habían hecho posible el crimen. Pero la sociedad fue delatada y sus miembros condenados a prisión. Espronceda, como presidente que era, lo fue a cinco años. Pero, debido a la influencia de su padre, que era ya coronel con mando en la plaza de Guadalajara, fue absuelto.
  • Granja del Henar o Café Granja El Henar fue un establecimiento situado en la calle Alcalá, lechería en sus orígenes, junto al café Negresco y vecino a otros cafés de tertulia, como el Suizo. En el patio interior del café tenía su tertulia Valle-Inclán y en la que entre otros singulares temas se sometió a debate el número exacto de palabras contenidas en ‘El Quijote’ de Cervantes.

Otras Academias madrileñas fueron: La Academia Imitatoria (1586), que es la primera agrupación de este tipo de la capital, a la que perteneció posiblemente Lupercio Leonardo de Argensola; la  Academia de los Humildes de Villamante (1592); la Academia del Conde de Saldaña, de principios del siglo XVII, en la que intervino Cervantes; la Academia Salvaje (1612-1614); la Academia Peregrina-Circa, de 1623, fundada por Pedro Medrano; y a mediados del siglo XVIII, la Academia del buen gusto, considerada como una importante vía de penetración del neoclasicismo en España, con sede en el palacio de la condesa viuda de Lemos, y a la que acudieron los literatos más importantes del momento.

Meter la viga atravesada
Aplicar este mote a un pueblo estaba tan extendido que rara era la provincia donde hubiera alguno que no fuese conocido desde antiguo con ese remoquete, que era lo mismo que llamarlos brutos y testarudos; remoquete que aún perdura entre las localidades de su proximidad, aunque con menos vitalidad que antes. Y, curiosamente, la totalidad aplicados a la construcción o remodelación de alguna iglesia o campanario.

Así, en Guijo de Coria y pueblos aledaños se dice que son “más brutos que los de Guijito, que quisieron meter en la iglesia una viga atravesada”, con referencia a los naturales del vecino municipio de Guijo de Galisteo.

Lo mismo dicen de El Casar de Talamanca, provincia de Guadalajara: “Los tontos del Casar, que metieron la viga atravesada”.

De los de la madrileña Villa del Prado, porque también intentaban mejer la viga atravesada hasta que se dieron cuenta de que solo entraba perpendicularmente al agujero de la puerta.

De los de la salmantina de Calzada de Valdunciel también se dice lo mismo: Que los calzudos, cuando tuvieron que realizar arreglos en la iglesia después de un desastre ocurrido en ella, al intentar meter la viga que iba a ser la que hiciera caballete en el tejado se empeñaron en que tenía que entrar por la puerta de la misma forma en que va colocada encima de las paredes, ¡o sea, ‘atravesá’¡ Para conseguir semejante barbaridad se cuenta que se le ocurrió darle con sebo para que cediera y poder meterla, terminando con las reservas de tocinos y mantecas de la comarca.

En Hiruela (Madrid) amplían el asunto y dicen que los habitantes de la localidad guadalajareña de Cardoso de la Sierra “untaron con treinta arrobas de manteca la viga para meterla mejor.” 

Igual procedimiento utilizaron en la leonesa Folledo, municipio de La Pola de Gordón, que se gastaron todo el dinero en manteca y al final creyeron que el meter la viga fue tan solo un milagro.

De los vecinos de Horche, en la comarca alcarreña de Guadalajara, dicen que ensancharon la puerta para poder meter la viga.

Según cuentan los marañones (naturales del pueblo leonés de Maraña) no se enfadan porque les llamen ‘de la viga atravesá’ y ellos mismos cuentan que el tejado de la Iglesia se estaba cayendo y había que ponerle una viga. Entonces fueron al cercano pico de Corón por una tercia de roble. Pero resulta, que tenían que meter la viga por una ventana, y como los de Maraña antes de saberlo ya eran de la viga atravesáa, “pues hala, a meter la viga atravesá y que la viga no entraba ni más ni menos, y viga pa ca, y viga pa ya, y la viga que seguía sin entrar por la ventana”. Y finalmente se acordó que había que untar la viga con tocino y manteca, labor a la que se pusieron todos los marañones.

Parece ser que los guadalajareños de Taravilla (comarca de Molina-Alto Tajo) acabaron también con las existencias de sebo y manteca del pueblo, reto que encareció el producto. Lo que no se dice es si consiguieron el objetivo propuesto.

En Mahíde (pueblo zamorano en la comarca de Aliste), los mahidenses se dejaron convencer de un buhonero al que compraron una gran cantidad de aceite con la que untaron bien la viga, después fue dirigiendo a los mozos hasta que se pusieron de punta frente a la puerta de la iglesia y consiguieron meter la viga sin problemas.

En la provincia de Valladolid está el municipio de Nava del Rey, y los mismos navarreses cuentan que debieron tirar parte de una pared para introducir la viga.

También son catalogados como ‘atravesados’ los naturales de las toledanas Valdeverdeja y Bargas; los salmantinos de Macotera y Salmoral; los de Porrúa, en el asturiano concejo de Llanes por parte del también asturiano de Aller, que por su parte le devuelven el cumplido; de Illana, Guadalajara; lo que no está muy claro es si en Almargén (Málaga) recibieron el remoquete.

Y, para concluir, Calera y Chozas, cuyo término municipal se localiza al noroeste de la provincia de Toledo, también es conocida como sede de la paremia que tratamos, aunque hay muchos que pongan en duda tal afirmación. Sin embargo, una jota de la comarca dice:

Dos cosas hay en el mundo
de Calera renombradas,
el Santísimo Cristo de Chozas
y la viga atravesada;

Aunque también es digno de mencionarse el hecho de que en Fuenlabrada (Madrid) existe una peña taurina con el nombre de ‘La Viga atravesada’. 

Sobre las mocitas que no saben coser
Dentro del refranero geográfico y formando parte de la cultura inmaterial de los pueblos están esos dictados tópicos donde se critican a las jóvenes locales porque se preocupaban más las actividades lúdicas (canciones, bailes, fiestas…) que de las labores domésticas, como la costura o el cuidado de las macetas; es decir, de las poco hacendosas. De ahí que pueda decirse que todas estas paremias son testimonio de las satíricas y punzantes coplillas con que antaño se amenizaban los festejos locales.

Por ejemplo, en casi todos los pueblos de la provincia de Cáceres era corriente escuchar ese tópico. Por ejemplo, en Abertura:   

Las mocitas de este pueblo
son pocas y bailan bien,
y en llegando a la costura
ninguna sabe coser.

La localidad badajocense de Los Santos de Maimona tenía ligeras variantes.   

Las mocitas de Los Santos
son pocas y bailan bien,
pero en lo tocante a la aguja
ninguna sabe coser.

Pero el tópico no es exclusivo de Extremadura. Con igual letra que en Los Santos se criticaba a las mocitas de Mohernando y Hontoba, localidades de Guadalajara; en La Noguera (comarca catalana con capital en Balaguer) cambiaban ‘mocitas’ por ‘chicas’, al igual que en El Avellano (municipio asturiano) el resto conservaba la versión de Abertura; en la Ossa de Montiel y Barrax (ambas de Albacete) variaban en el tercer verso y decían “pero si tientan la aguja”. 

Claro que según parece no todas las mocitas sabían bailar bien. Así dicen en Albendea, provincia de Cuenca:

Las mocitas de Albendea
son feas y bailan mal,
se parecen a las cabras
cuando salen del corral.

En cuanto a la labor de regar, en la albaceteña Albatana, dicen:

Las mocitas de Albatana
no saben regar un tiesto,
pero saben componerse
los morros como un pimiento.

Y en la toledana Talavera de la Reina:

Las chicas de Talavera
no saben regar un tiesto,
pero sí saben pintarse
la boquita de pimiento.

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