Se despidió abril con su caligrafía rota, acariciando la esperanza, Y llegó mayo, con la mirada confundida y el paso cambiado. Los relojes, en este tiempo de confinamiento y desamparo, andan trastabillados, porque no saben muy bien si bailar segundos o el ‘Resistiré’.
Seguimos con la rutina de los aplausos en el balcón de la duda. Otras veces la cadencia se confunde con el sonido de las cacerolas, y el mensaje de los pañuelos blancos para reclamar material apto para nuestros sanitarios, o de la camiseta negra de luto por tantos muertos.
No hubo Maratón de lectura en el Museo de la Ciudad, que iba ya por su decimoquinta edición, y nos dio mucha tristeza. El año pasado la lectura fue del libro de Ferlosio ‘Industrias y andanzas de Alfanhui’, y en este íbamos a leer a Manuel Pacheco con motivo del centenario de su nacimiento. Un acto entrañable, en este tiempo de cultura ‘light’, donde algunos se miran el ombligo y son de gran simpleza de entendederas y de menguado caletre. ¡Habrá que esperar mejor ocasión!
No hubo celebración del primero de mayo, ni la romería de Bótoa. No podremos admirar la belleza de los campos extremeños en todo su esplendor. A esa misma Virgen, que este año sí ha traído la lluvia, le escribimos garabatos con la tinta de la esperanza, para que nos ayude a salir de esta pesadilla, y no olvide a los sectores económicos de la ciudad que tan mal lo van a pasar. No habrá celebraciones, ni feria del libro, ni fiestas de guardar. Ni felicitaciones a nuestra madre, en su día. Por teléfono o videoconferencias, los más afortunados. Y besos al cielo.
Y viendo la televisión (para lo que hay que ver, dicen algunos) la desescalada por fases, que parece una cuesta abajo sin freno, pude apreciar una imagen, agazapado entre jaras y retamas (dicho de cazador, que yo no lo soy) que me hizo dar un respingo en la silla y me conmovió con un temblor en el cuerpo, y que no olvidaré mientras viva. Dos ancianos, separados por una mampara, lloraban intentando besarse, acariciarse. Amor a resguardo. Y es que estamos faltos de amor, sea al barrunto o al resguardo. El amor, venga de la manera que venga, es una de las cosas más importantes que nos queda. Y la ilusión, y la esperanza.
Seguiremos escuchando en los balcones a Daniel López, en la calle Nicolás López de Velasco, o al violinista en el tejado. Pedro Martínez, violinista profesional, en la orquesta Black-Bird (‘pájaro negro’) que todas las tardes deleita a sus vecinos de la plaza de Santa Marta (o del pirulo) con música que le solicitan, menos ‘reguetón’. Se niega. Nos lo cuenta con detalles Jaime Olivera, aunque a un servidor también le llega, a mi calle Rafael Lucenqui, su dulce melodía.
Volveremos a la aritmética de los abrazos con ruido, y a seguir guardando en los bolsillos silencios inventados. Sin embargo, los besos sabrán a niebla y a nostalgia repetida, porque añoramos los besos de Lola, Abril y Olivia. ¡Amor a resguardo!
– ¡Llena otra vez, Josué, que nos vamos!